Homilía de Mons. Demetrio Fernández González, Obispo de Córdoba
Estadio municipal de El Fontanar, Lunes 15 de agosto de 2011
“Apareció una figura portentosa en el cielo: una mujer vestida de sol, la luna por pedestal, coronada de doce estrellas. Estaba encinta, le llegó la hora, y gritaba entre los espasmos del parto” (Ap 12, 1-2)
Celebramos hoy la fiesta solemne de la asunción de María en cuerpo y alma a los cielos. En muchos iconos orientales es representada María en el momento de la Dormición, y su hijo Jesús viene a buscar su alma.
En la procesión a la que asistíamos ayer en Córdoba, acompañábamos una imagen de la Virgen dormida. Su Hijo vino a por ella y se llevó consigo alma y cuerpo, de manera que María no ha conocido la corrupción del sepulcro como habremos de conocerla el resto de los mortales. En la fiesta de la Asunción, María queda glorificada plenamente. Es el cuerpo, el cuerpo de una mujer, el que queda totalmente glorificado, junto al cuerpo de su hijo, el Verbo hecho hombre. El destino del hombre, varón o mujer, es el de la plena glorificación de nuestro cuerpo, de esta carne mortal que quedará inundada de gracia y de gloria por la victoria de Jesús sobre la muerte y sobre el pecado en cada uno de nosotros.